Hace poco
tuve
la sensación de que el contenido del
texto del que trataré
había dejado de tener
actualidad por los
sucesos respectivos
a
la pandemia de coronavirus
y el cambio en la
situación política
global;
sin
embargo, ahora creo
que es incluso
más acuciante
el discutirlo, pues la emergencia parece
estar agudizando el problema.
Tanto las
redes sociales como los medios tradicionales han
propagado la desorientación
y
la
búsqueda de culpables con
objetivos comerciales,
políticos y hasta religiosos.
“¿El fin de la razón? La destrucción emocional de la democracia
moderna” habla de esos
fenómenos abarcándolos desde el punto de vista de las
comunicaciones.
Manuel
Alejandro Guerrero, académico de la Universidad Iberoamericana —cuya
trayectoria no pienso
relatar
aquí, aunque
sí que invito a todo
lector
a
buscarla en internet—
es el autor del texto.
El libro cuenta
con un número de páginas que ronda las 100 y
está dividido
en una introducción y cuatro capítulos. En
la primera mitad incluye
la descripción de las
carácteristicas que definen al
contexto, mientras que en
la segunda realiza un análisis del mismo y
hace una propuesta de solución.
Por
tema central tiene la
práctica política de los años recientes
y abarca
de manera parcial la
crisis en la que han
caído los postulados del
pensamiento ilustrado.
Hoy por
hoy la
política se caracteriza
por una aguda polarización: la
irracionalidad se ha convertido en la moneda corriente de
aquellos grupos
que buscan incidir
en la sociedad; además,
la idea misma de democracia se ha visto muy afectada, pues se
comienza a dudar de su
efectividad para resolver
carencias crónicas.
Como
mencioné, el autor hace hincapié en el contexto. El primer punto definitorio
es aquel de las secuelas que dejaron poco más de 30 años de
neoliberalismo. Al terminar la Segunda Guerra Mundial y al inciarse
la competencia entre los bloques de la Guerra Fría se construyó
el llamado estado de bienestar. El
gobierno estatal ocupó el lugar
preponderante siendo el
principal promotor del desarrollo y garante de servicios. Funcionó también
a manera de
contrapeso contra las grandes corporaciones incluso en países como los
Estados Unidos. Hasta
los años 80 fue cuando comenzaron a implementarse cambios,
desregulaciones y privatizaciones para
“empequeñecer” a ese
Estado
y permitir a los mercados
conducir el rumbo de sus
antiguas instituciones.
Pronto se
deshecharon los viejos
proyectos de nación. Ahora la
verdadera solución
a las
carencias se encontraba en no intervenir las relaciones
entre los proveedores de servicios o
productos y el
consumidor. En este
sistema el individuo se volvió el único responsable de su bienestar
y un profundo cambio de valores tuvo
lugar.
En aquel entonces parecía muy prometedor, pero desembocó en varias dificultades tanto en los países desarrollados como en
las periferias. El
primero fue la desaparición
de los instrumentos con los que contaba el estado para combatir la
desigualdad y la marginación. Lo público cada vez lo fue menos y
el acceder a servicios de salud o eduación de calidad fue
privilegio de unos cuantos. De igual manera, el
ideal del individualismo
ocasionó la aparición de la intolerancia, pues el “otro”
comenzó a percibirse solamente como competencia; el
bienestar y la seguridad fueron
responsabilidad de cada persona:
“el pobre es pobre
porque quiere”.
Finalmente, la debilidad del estado le impidió ponerle freno a las
asociaciones de oligarcas financiero-políticas que, a través de la
corrupción, se afincaron en puntos estratégicos de la economía.
Algunos países
intentaron paliar las consecuencias cuando
votaron por gobiernos de izquierda (Obama,
Hollande, etc.);
sin embargo, fracasaron irremediablemente al encontrarse maniatados
por un
pacto neoliberal
“centrista”.
Junto
a la crisis
social
que experimentaron las
democracias “occidentales”
durante el periodo, otro
fenómeno definitorio tuvo
lugar en los medios de comunicación. Según
el autor, primero la
privatización y después la desregulación de los contenidos
transmisibles crearon
monopolios mediáticos.
La programación
se orientó
cada vez más hacia el entretenimiento como medio de lucro y
ello
perjudicó
a la esfera pública,
pues convirtió
poco a poco a los noticieros
en una especie de
info-tenimiento. La
descontexualización y la fragmentación de la información
ocasionada por los formatos dirigidos
a capturar la atención fue la
consecuencia más
inmediata.
Dentro
de este ambiente la
democracia pasó
a entenderse como un
mercado más.
El
ciudadano fue tan
solo un
consumidor y los
políticos intentaron
ganar las
elecciones usando
mercadotécnia.
Ahora ellos
necesitaban
ser celebridades de
televisión y
naturalmente se
entretejieron grandes
intereses. Durante
las últimas etapas, los
mismos medios habrían de capitalizar el descontento de los excluidos
y fomentar el amarillismo
y la xenofobia. Despertar
emociones se convirtió en el primer objetivo de
ambos. La
realidad se podía fabricar y no había más quien verificase las
mentiras de los gobernantes y candidatos. Así nacía la era de la posverdad.
Última parte fundamental
del contexto es la aparición de los medios masivos digitales: el
internet. Las redes sociales y todas esas plataformas que le permiten
al individuo porducir su propio contenido al mismo tiempo que
consumir productos culturales de manera presonalizada establecieron a
comienzos del siglo XXI la llamada “me-centered society” o
“sociedad enfocada-en-mí”. Las
comunidades se
fragmentaron
en burbujas
aisladas, grupos
polarizados de opinión. Los
seres humanos tienen necesidad de pertenencia, si la alternativa de
ciudadana desaparecía, obviamente se buscaría esa pertenencia en niveles más concretos de identidad: culturales, raciales,
religiosos, de género, etc. En esta nueva
economía de la atención los
productores de contenidos más breves
e impactantes, en el
sentido de provocar más emociones —negativas casi siempre— fueron los más recompensados.
Con el tiempo las
voces apocalípticas, nihilistas y narcisistas liderarían
esos medios.
Claramente para
el autor éstas
son las causas en la raíz del problema, a pesar de ello incluye un
breve análisis
teórico y cita las opiniones que otros autores
han dado del asunto. De entre ellos destaca a Pankaj Mishra quién publicó “La
era de la ira. Una historia del presente” y que al parecer fue la principal inspiración para que desarrollara su exposición. Mishra
encuentra como factor definitorio del surgimiento de la ira en el mundo en “los perdedores de la historia”; aquellos grupos que se
mantuvieron siempre insatisfechos por el proyecto de la Ilustración
y que mantuvieron un
“resentimiento” que hoy aflora.
Estos opositores
solamente pueden ser fanáticos irracionales y excluídos de la educación
ilustrada, gente que quedó a
los márgenes
de la economía, nos dice
Mishra. También,
respaldándolos se encuentra la tradición de intelectuales que se
han opuesto a la Ilustración desde hace más de 100 años:
Tocqueville, Nietzche, Weber, Freud, etc.
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Manifestante en contra de la inmigración |
En realidad —ya en opinión de Manuel A. Guerrero—, estos pensadores lo que realizaron fue señalar “rasgos complejos de la naturaleza humana que habían sido solsayados o subestimados en aras de enfatizar la racionalidad como característica principal del ser humano”. El ser humano no sólamente posee “impulsos instintivos” al mal en un sentido visceral freudiano, sino también posee la decisión de hacer el mal conscientemente. El “mal” es un precio a pagar por la libertad y lo ejemplifica con personajes ficticios como Walter White de Breaking bad o Tony Soprano. Los políticos, los productores de contenido, los votantes, pueden orientarse perfectamente hacia alternativas que promueven un discurso de odio y ensalzan la ira a pesar de las posibles consecuencias.
Libertad
e Igualdad, son ideales ilustrados que han entrado en crisis debido
al olvido que ha sufrido otro ideal más de ese proyecto: la
Fraternidad. El supremo valor que consiguió la razón en el proyecto
moderno pasó a través del cientificismo positivista,
y otros derivados
económicos actuales, a reducir a la sociedad exitente a números.
El neoliberalismo, una ideología de la acumulación por la
acumulación, unida a la
tecnocracia de la eficiencia por la eficiencia, desencadenaron los
conflictos actuales cuando
deschecharon el sentido
de lo humano en su complejidad.
Como
solución el autor propone regresar al ideal de
una solidaridad humana
utilizando los mismos
medios digitales para
fomentar “emociones formativas” como la empatía. Si las
plataformas digitales pueden usarse para el mal ¿por que no usarlas
para el bien? Suena
coherente, pero complicado.
El
mismo autor explica la necesidad de continuas
iteraciones entre
raciocinio y experiencia
emocional positiva para desarrollar actitudes edificantes
ante los “otros”,
esfuerzo que no es
necesario si
lo que se intentan
desarrollar son
emociones negativas.
Personalmente creo que el
medio más capaz de
conjuntar lo necesario para
lograrlo sería el cine,
igual me parece
lejano.
Mi
única
crítica a la argumentación de “¿El fin de la razón?” recae en
el aparente total convencimiento de que los discursos de odio y la
xenofobia reproducidos
por el amarillismo son infundados. El “otro” fue
cien por ciento
fabricado por los medios. ¿A caso es
tan difícil pensar que existe un verdadero conflicto
ideológico-cultural
entre inmigrantes y habitantes naturales
de un territorio? Sí,
obviamente es un método conveniente para cualquier oligarquía el
tener a la mano chivos expiatorios para lavarse las manos, pero creo
que el conflicto real no puede dejarse a un lado. El neoliberalismo
transnacional provocó la migración —ya sea para conseguir mano
de obra, o por la pauperización regional— y despreció los rasgos
culturales existentes en las poblaciones y
los posibles conflictos que surgirían. La cada vez mayor presencia
del islam en Europa va de la mano al resurgimiento de la derecha,
pues vuelve a introducir a la religión dentro de la esfera pública.
Desarrollar empatía con un “otro” con el que es difícil
transigir y con el que difícilmente se
van a compartir valores
requiere practicar un “ama
a tus enemigos” que no es muy racional en esencia y que tampoco es
fácil de inculcar.
En
fin, el libro es una lectura pertinente.
Espero que concienzar sea una manera de combatir el insufrible
nihilismo y la práctica política irracional que campea en las redes
sociales. El grado de
cinismo que se llega a
profesar y las lamentables posturas políticas que se comparten
diariamente por las redes. Para mi ellas son
un claro indicador de decadencia; ojalá la
producción y lectura de títulos como éste
ayuden
a subsanarlo.