domingo, 17 de mayo de 2020

"¿EL FIN DE LA RAZÓN?" DE MANUEL ALEJANDRO GUERRERO

Hace poco tuve la sensación de que el contenido del texto del que trataré había dejado de tener actualidad por los sucesos respectivos a la pandemia de coronavirus y el cambio en la situación política global; sin embargo, ahora creo que es incluso más acuciante el discutirlo, pues la emergencia parece estar agudizando el problema. Tanto las redes sociales como los medios tradicionales han propagado la desorientación y la búsqueda de culpables con objetivos comerciales, políticos y hasta religiosos. “¿El fin de la razón? La destrucción emocional de la democracia moderna” habla de esos fenómenos abarcándolos desde el punto de vista de las comunicaciones.

      Manuel Alejandro Guerrero, académico de la Universidad Iberoamericana cuya trayectoria no pienso relatar aquí, aunque sí que invito a todo lector a buscarla en internet es el autor del texto. El libro cuenta con un número de páginas que ronda las 100 y está dividido en una introducción y cuatro capítulos. En la primera mitad incluye la descripción de las carácteristicas que definen al contexto, mientras que en la segunda realiza un análisis del mismo y hace una propuesta de solución.

     Por tema central tiene la práctica política de los años recientes y abarca de manera parcial la crisis en la que han caído los postulados del pensamiento ilustrado. Hoy por hoy la política se caracteriza por una aguda polarización: la irracionalidad se ha convertido en la moneda corriente de aquellos grupos que buscan incidir en la sociedad; además, la idea misma de democracia se ha visto muy afectada, pues se comienza a dudar de su efectividad para resolver carencias crónicas. 
 
Barack Obama como personalidad mediática y "meme"

Como mencioné, el autor hace hincapié en el contexto. El primer punto definitorio es aquel de las secuelas que dejaron poco más de 30 años de neoliberalismo. Al terminar la Segunda Guerra Mundial y al inciarse la competencia entre los bloques de la Guerra Fría se construyó el llamado estado de bienestar. El gobierno estatal ocupó el lugar preponderante siendo el principal promotor del desarrollo y garante de servicios. Funcionó también a manera de contrapeso contra las grandes corporaciones incluso en países como los Estados Unidos. Hasta los años 80 fue cuando comenzaron a implementarse cambios, desregulaciones y privatizaciones para “empequeñecer” a ese Estado y permitir a los mercados conducir el rumbo de sus antiguas instituciones. Pronto se deshecharon los viejos proyectos de nación. Ahora la verdadera solución a las carencias se encontraba en no intervenir las relaciones entre los proveedores de servicios o productos y el consumidor. En este sistema el individuo se volvió el único responsable de su bienestar y un profundo cambio de valores tuvo lugar.

      En aquel entonces parecía muy prometedor, pero desembocó en varias dificultades tanto en los países desarrollados como en las periferias. El primero fue la desaparición de los instrumentos con los que contaba el estado para combatir la desigualdad y la marginación. Lo público cada vez lo fue menos y el acceder a servicios de salud o eduación de calidad fue privilegio de unos cuantos. De igual manera, el ideal del individualismo ocasionó la aparición de la intolerancia, pues el “otro” comenzó a percibirse solamente como competencia; el bienestar y la seguridad fueron responsabilidad de cada persona:el pobre es pobre porque quiere”. Finalmente, la debilidad del estado le impidió ponerle freno a las asociaciones de oligarcas financiero-políticas que, a través de la corrupción, se afincaron en puntos estratégicos de la economía. Algunos países intentaron paliar las consecuencias cuando votaron por gobiernos de izquierda (Obama, Hollande, etc.); sin embargo, fracasaron irremediablemente al encontrarse maniatados por un pacto neoliberal “centrista”.

      Junto a la crisis social que experimentaron las democracias “occidentales” durante el periodo, otro fenómeno definitorio tuvo lugar en los medios de comunicación. Según el autor, primero la privatización y después la desregulación de los contenidos transmisibles crearon monopolios mediáticos. La programación se orientó cada vez más hacia el entretenimiento como medio de lucro y ello perjudicó a la esfera pública, pues convirtió poco a poco a los noticieros en una especie de info-tenimiento. La descontexualización y la fragmentación de la información ocasionada por los formatos dirigidos a capturar la atención fue la consecuencia más inmediata.

      Dentro de este ambiente la democracia pasó a entenderse como un mercado más. El ciudadano fue tan solo un consumidor y los políticos intentaron ganar las elecciones usando mercadotécnia. Ahora ellos necesitaban ser celebridades de televisión y naturalmente se entretejieron grandes intereses. Durante las últimas etapas, los mismos medios habrían de capitalizar el descontento de los excluidos y fomentar el amarillismo y la xenofobia. Despertar emociones se convirtió en el primer objetivo de ambos. La realidad se podía fabricar y no había más quien verificase las mentiras de los gobernantes y candidatos. Así nacía la era de la posverdad.

      Última parte fundamental del contexto es la aparición de los medios masivos digitales: el internet. Las redes sociales y todas esas plataformas que le permiten al individuo porducir su propio contenido al mismo tiempo que consumir productos culturales de manera presonalizada establecieron a comienzos del siglo XXI la llamada “me-centered society” o “sociedad enfocada-en-mí”. Las comunidades se fragmentaron en burbujas aisladas, grupos polarizados de opinión. Los seres humanos tienen necesidad de pertenencia, si la alternativa de ciudadana desaparecía, obviamente se buscaría esa pertenencia en niveles más concretos de identidad: culturales, raciales, religiosos, de género, etc. En esta nueva economía de la atención los productores de contenidos más breves e impactantes, en el sentido de provocar más emociones —negativas casi siempre— fueron los más recompensados. Con el tiempo las voces apocalípticas, nihilistas y narcisistas liderarían esos medios.

      Claramente para el autor éstas son las causas en la raíz del problema, a pesar de ello incluye un breve análisis teórico y cita las opiniones que otros autores han dado del asunto. De entre ellos destaca a Pankaj Mishra quién publicó “La era de la ira. Una historia del presente” y que al parecer fue la principal inspiración para que desarrollara su exposición. Mishra encuentra como factor definitorio del surgimiento de la ira en el mundo en “los perdedores de la historia”; aquellos grupos que se mantuvieron siempre insatisfechos por el proyecto de la Ilustración y que mantuvieron un “resentimiento” que hoy aflora. Estos opositores solamente pueden ser fanáticos irracionales y excluídos de la educación ilustrada, gente que quedó a los márgenes de la economía, nos dice Mishra. También, respaldándolos se encuentra la tradición de intelectuales que se han opuesto a la Ilustración desde hace más de 100 años: Tocqueville, Nietzche, Weber, Freud, etc.

Manifestante en contra de la inmigración

En realidad —ya en opinión de Manuel A. Guerrero—, estos pensadores lo que realizaron fue señalar “rasgos complejos de la naturaleza humana que habían sido solsayados o subestimados en aras de enfatizar la racionalidad como característica principal del ser humano”. El ser humano no sólamente posee “impulsos instintivos” al mal en un sentido visceral freudiano, sino también posee la decisión de hacer el mal conscientemente. El “mal” es un precio a pagar por la libertad y lo ejemplifica con personajes ficticios como Walter White de Breaking bad o Tony Soprano. Los políticos, los productores de contenido, los votantes, pueden orientarse perfectamente hacia alternativas que promueven un discurso de odio y ensalzan la ira a pesar de las posibles consecuencias.

      Libertad e Igualdad, son ideales ilustrados que han entrado en crisis debido al olvido que ha sufrido otro ideal más de ese proyecto: la Fraternidad. El supremo valor que consiguió la razón en el proyecto moderno pasó a través del cientificismo positivista, y otros derivados económicos actuales, a reducir a la sociedad exitente a números. El neoliberalismo, una ideología de la acumulación por la acumulación, unida a la tecnocracia de la eficiencia por la eficiencia, desencadenaron los conflictos actuales cuando deschecharon el sentido de lo humano en su complejidad.

      Como solución el autor propone regresar al ideal de una solidaridad humana utilizando los mismos medios digitales para fomentar “emociones formativas” como la empatía. Si las plataformas digitales pueden usarse para el mal ¿por que no usarlas para el bien? Suena coherente, pero complicado. El mismo autor explica la necesidad de continuas iteraciones entre raciocinio y experiencia emocional positiva para desarrollar actitudes edificantes ante los “otros”, esfuerzo que no es necesario si lo que se intentan desarrollar son emociones negativas. Personalmente creo que el medio más capaz de conjuntar lo necesario para lograrlo sería el cine, igual me parece lejano.

     Mi única crítica a la argumentación de “¿El fin de la razón?” recae en el aparente total convencimiento de que los discursos de odio y la xenofobia reproducidos por el amarillismo son infundados. El “otro” fue cien por ciento fabricado por los medios. ¿A caso es tan difícil pensar que existe un verdadero conflicto ideológico-cultural entre inmigrantes y habitantes naturales de un territorio? Sí, obviamente es un método conveniente para cualquier oligarquía el tener a la mano chivos expiatorios para lavarse las manos, pero creo que el conflicto real no puede dejarse a un lado. El neoliberalismo transnacional provocó la migración —ya sea para conseguir mano de obra, o por la pauperización regional— y despreció los rasgos culturales existentes en las poblaciones y los posibles conflictos que surgirían. La cada vez mayor presencia del islam en Europa va de la mano al resurgimiento de la derecha, pues vuelve a introducir a la religión dentro de la esfera pública. Desarrollar empatía con un “otro” con el que es difícil transigir y con el que difícilmente se van a compartir valores requiere practicar un “ama a tus enemigos” que no es muy racional en esencia y que tampoco es fácil de inculcar.

      En fin, el libro es una lectura pertinente. Espero que concienzar sea una manera de combatir el insufrible nihilismo y la práctica política irracional que campea en las redes sociales. El grado de cinismo que se llega a profesar y las lamentables posturas políticas que se comparten diariamente por las redes. Para mi ellas son un claro indicador de decadencia; ojalá la producción y lectura de títulos como éste ayuden a subsanarlo.