Aquí está finalmente la primera entrada de este blog que se había hecho viejo esperando. En ella trataré el libro: Ariel, liberalismo y jacobinismo y otros ensayos escrito por el intelectual uruguayo José Enrique Rodó (1871 - 1917). La edición que tengo está compuesta por 5 obras pertenecientes a diferentes momentos de la vida del autor y que en general versan sobre la América española o Latinoamérica.
La más notoria de las incluidas es Ariel, texto con el que Rodó busca influir sobre la consciencia latinoamericana. A nombre del dicho genio alado (símbolo del imperio de la razón y el sentimiento), exhorta a la juventud a desempeñar su papel con entusiasmo. Según Rodó la juventud cuando no está oprimida o viciada se caracteriza por su enorme optimismo. A los jóvenes pertenecen la imaginación, los sueños y la voluntad de reformar el presente; características todas necesarias para llevar a cabo cualquier gran hazaña. Posteriormente Rodó nos dirá, trazando el paralelo, que la principal característica de los pueblos de América latina es también su juventud. Ellos son recientes en su conformación histórica y organización pero, al igual que con las personas, el futuro les pertenece.
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Montevideo, Uruguay circa 1910 |
Vale notarse que Rodó en su texto nunca argumenta ni a favor ni en contra de una unidad latinoamericana. En realidad no menciona algo como tal, más bien pareciera que lo da por hecho. En todo caso se limita a describir los rasgos comunes de esta región; por ejemplo la dificultad que presenta para la conformación de una verdadera literatura americana la inmadurez de su realidad espiritual y la pobreza de la material.
Las características propuestas para una América latina ideal son por sí mismas interesantes, pero el verdadero peso del contenido del Ariel recae en la crítica que hace de los Estados Unidos. Rodó parte de la mención de una "nordomanía” presente en las élites y masas de Latinoamérica. Este espíritu se caracteriza por la creencia en que la cultura estadounidense es la culminación de toda civilización, y que como tal se le debe de imitar. Rodó objeta entonces que esa imitación no ha sido fruto de la debida reflexión y que más bien se lleva a cabo como un bruto trasplante (de instituciones, políticas, conductas, etc). Cosa que no solo es imposible en la práctica (como intentar unir algo muerto a un ser vivo) sino que también tiene mucho de innoble, de abdicación servil. Nos recuerda que el cuidado de la independencia interior, de la personalidad o del criterio, son una principalísima forma del respeto propio; valiendo esto tanto para los individuos como para los pueblos. Además ¿son en verdad los Estados Unidos esa sociedad utópica que se piensa?
No sin encomiar la realización de la libertad que han llevado a cabo los Estados Unidos en beneficio de la humanidad, Rodó expone que en realidad el pueblo norteamericano posee muchas flaquezas. El gran defecto de los Estados Unidos es que carece de un “espíritu de selección”. Debido al desarraigo de la idealidad en su cultura, la sociedad estadounidense gira entrono al utilitarismo. Si combinamos esto con su noción de democracia, terminamos por obtener una medianía vulgar. Fenómeno especialmente notorio en el plano de los valores estéticos. Estados Unidos no posee un buen gusto y el poco arte verdadero que ha surgido de esa nación ha tenido siempre el carácter de
rebelión individual (Edgar Allan Poe, por ejemplo). Incluso a la investigación científica se le concibe sencillamente como un antecedente a la aplicación económica.
A su vez, para Rodó la estética se relaciona directamente con la moral. Esta relación se fundamenta en que la educación estética es la forma más depurada del mencionado espíritu de “selección”. Mismo que permite al ser humano una evaluación de los bienes espirituales; a distinguir lo bello, lo armonioso, lo más elevado. Dice Rodó que la moral avanzada de un pueblo es una voluntad de selección similar, solamente que aplicada sobre las actitudes y comportamientos sociales. Rodó desea que se lleguen a ver las acciones recíprocas entre los individuos como la creación de una armonía (o disonancia), como el anhelo de alcanzar algo más elevado y no basándose en un interés egoísta. El sentido de selección también toma un lugar importante dentro de su sociedad ideal cuando habla acerca del reconocimiento de las superioridades legítimas. Dentro de un mundo democrático que se ha puesto como propósito repartir lo más igualitariamente posible las oportunidades y permitir el desarrollo de las habilidades de sus habitantes, debe existir también la consciencia de que no todos los individuos las desempeñarán en la misma medida. Siempre existirán personalidades geniales: héroes, científicos, artistas, santos etc. Es importante pues que la sociedad sea capaz de reconocer efectivamente a estos espíritus superiores y sepa otorgarles su lugar dentro de la organización que les toca. Tarea del todo imposible sin el desarrollo de un cierto refinamiento y el justo aprecio de las más altas cualidades en los demás.
Debido al utilitarismo, la democracia que destruye la jerarquía injusta del antiguo régimen y que deja el campo preparado para la formación de una nueva jerarquía de atributos más nobles, termina rebajada a una vulgar lucha de intereses. Campea así el individualismo y la sobrevaloración de los logros materiales. Para Rodó una civilización solo puede trascender gracias a los bienes espirituales que aporta a la posteridad: obras maestras de arte, conocimientos universales, altos valores morales, etc. Estos bienes nunca podrían florecer en una sociedad en la que no se ayuda al prójimo o hace justicia con desinterés, dónde la curiosidad que pueda suscitar el misterio del universo siempre sea pospuesta por la solución del problema cotidiano más inmediato, dónde la creación artística se supedite a una lógica mercantil o de espectáculo.
Finalmente, nunca dejando de ser optimista, Rodó concluye mencionando el papel que tendrá la obra práctica de los Estados Unidos para la posteridad. Las grandes obras tecnológicas y de infraestructura permitirán gracias al confort del que proveerán, el surgimiento de una nueva civilización refinada. Habrá un tiempo futuro en el que el ocio, en el sentido sano y fructífero que se le daba en la antigüedad, paliará las debilidades de la civilización americana. ¿Serán los herederos de esta civilización los mismos Estados Unidos o los jóvenes puéblos latinoamericanos?
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Casino Theatre, Nueva York, Estados Unidos en 1900 |
En lo personal me parece sorprendente que el Ariel de Rodó, escrito hace más de 100 años, toque de lleno temas de plena actualidad. Por ejemplo el actual debate respecto al arte: en los tiempos de Rodó no existía aún el readymade ni el pop-art, sin embargo estos géneros de arte contemporáneo son el epítome de la estética de la medianía (o mediocridad) descrita en sus textos. De igual manera, las celebridades encumbradas por los medios de masas y las redes sociales ¿son en verdad fruto de un refinado “espíritu de selección”? Sería bueno demostrarlo. Podríamos incluso adecuar el contenido del Ariel de Rodó a una crítica del sistema educativo por competencias impulsado por el aún presidente Enrique Peña Nieto.
Mi recomendación de la lectura de este libro es para todo aquel al que le interese conocer una propuesta clásica de cultura latinoaméricana. Ariel y los demás textos incluidos nos permiten reflexionar acerca de las virtudes y oportunidades que manan de estas tierras e invitan a criticar la cultura norteamericana, en la cual de hecho ya estamos bastante inmersos.
Excelente reflexión de Ariel. Gracias por tu soberbio punto de análisis. Me motivó a leerlo nuevamente.
ResponderEliminar(Nuevamente me motivó).