En una entrada
previa de este blog ya había tratado otra publicación de este autor y había
comentado que sabe cómo vender sus títulos, hoy por hoy lo confirmo. Este libro
apela directamente a los amantes de los gatos y al mismo tiempo propone algunas hipótesis para comprender mejor ese amor que ha poseído el ser humano desde que
las dos especies se encontraron hace 5000 años. Ahora bien, que este
libro apele a un público definido no implica que el libro hable de gatos y ya,
este es un libro formado de cuestiones éticas y existenciales en el sentido
laxo del término. Es un libro que quiere dejar una lección importante a sus
lectores respecto a unas maneras de vivir más sanas y, como al autor le gusta decir,
realistas.
Si en "Misa negra" pudimos pensar que John Gray era un autor de corte religioso o cristiano
en el presente título podríamos pensar justo lo contrario. El autor a grandes
rasgos parte de la premisa del gato budista. No estoy seguro en dónde la leí o
escuché o si la estoy inventando del todo, pero la historia cuenta de un
viejo templo budista donde los monjes mantenían con ellos a un gato y que cuando se
les preguntó el por qué les estaba permitido tener mascotas ellos
respondieron que no era una mascota, que él era el compañero más avanzado en el
camino a la iluminación entre todos los que habitaban el monasterio. Los gatos y
el significado de la vida es un libro fuertemente influido por el pensamiento
oriental, ya sea el budismo zen o el taoísmo chino, pero no se detiene ahí,
pues a lo largo de sus páginas intenta demostrar paralelos entre esos
pensamientos antiguos con la tradición intelectual “occidental”. Digamos que
usa afirmaciones de filósofos europeos para llegar a conclusiones asiáticas.
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Dibujos de gatos realizados por la escritora Patricia Highsmith |
Aviso por
adelantado que el presente libro no es uno de esos libros reconfortantes o
motivacionales. Éste trata asuntos lúgubres, trata del sufrimiento humano y
animal, del luto, de la ética y de las pasiones. Trata de la manera en la cual
esas cualidades que siempre suponemos nos elevan por encima de los animales en
realidad son las mismas que nos hacen vivir mucho más amargamente que ellos. El
ser humano es el único ser con ansiedad, siempre está inconforme con su
naturaleza y además sabe que la muerte se le aproxima. Los gatos son el ejemplo
más cercano que tenemos de una actitud diametralmente opuesta ante la vida. Se nos dice con
bellas palabras: “El dolor se sufre y se olvida, y la alegría de la vida
regresa. Los gatos no necesitan examinar sus vidas, porque ellos no dudan que
la vida sea digna de vivirse.”
Si somos
estrictamente científicos al valorar a los gatos, no existe nada que nos ponga
por encima de ellos, pues para ejercer ese juicio de valor tendríamos que
recurrir a ideales y a un lenguaje de jerarquías que con toda seguridad es religioso. El proceso evolutivo que desembocó en el ser humano con su conocida
capacidad autoconsciente fue el mismo proceso que llevó a los gatos a
desarrollar sus instintos y agudos sentidos. En datos duros el ser humano es solo
un animal más, en todo caso somos inferiores por ser infelices.
Para el mundo antiguo, en especial para los egipcios, esto nunca estuvo en
duda. Si los evolucionistas/progresistas van a hacer uso de recursos religiosos,
deberían antes que nada aceptarlo y hacer cada uno su confesión de fe.
En el penoso camino hacia nuestra infelicidad, uno de los principales errores que cometemos los
humanos es ver nuestras vidas como historias, con un principio, un final y un
medio. En un romántico esfuerzo queremos construirnos a nosotros mismos como a
una obra de arte, acentuar las características que nos hacen diferentes y
hermosos, pero al ignorar el momento preciso en el que nos llegará la muerte
nos invade la angustia, el arrepentimiento y la desesperación por todo aquello
que no logramos, no presenciamos, o no disfrutamos como habíamos planeado. La
vida no es una historia, la vida es un solo presente y pensar a cada momento en
la muerte o en la forma correcta de vivir es una tarea digna de Sísifo.
Estoicos, epicúreos y escépticos creían que la filosofía era la clave para estar libres de angustia y sufrimiento al formular reglas verdaderas y
sabias para seguir; en realidad, la filosofía en el mejor de los casos nos
sirve para dejar de obsesionarnos por la filosofía. Seguir reglas es una
complicación absurda, quizá hasta un autoengaño.
El final del
libro incluye un decálogo de filosofía felina para la vida, diez enseñanzas que
nos dan los gatos a la luz de todo lo mencionado. Son unos consejos bastante
sencillos y algo sinvergüenzas, pero definitivamente útiles para la
sobrevivencia en una época caótica. La obra en cuestión entra a contracorriente
con el boom de la búsqueda de un propósito para nuestras acciones o el
construir nuestra vida a través de lo meaningful. El consejo es que si
nuestra angustia es difícil de soportar y no podemos vivir en el estado de
realidad aumentada gatuno (fluyendo con el Tao) recurramos a una religión
organizada, entre más rituales tenga mejor, nos dice, pero esto solamente es un
paliativo y lo compara con cualquier otra distracción-diversión que nos sirva
para un propósito inmediato antes de morir.
Me pareció agradable y fresco que no solo se incluyeran filósofos y científicos para discutir los temas principales, sino también una buena dosis de relatos, ficciones realizadas por literatos y
crónicas verídicas de vidas de gatos. Con ello se dibuja bien la manera en que
el felis silvestris catus se enreda con nuestras pasiones y tragedias,
nuestras proyecciones subconscientes incluso colectivas. En la entrada anterior
de Cámara de Reflexión vimos la teoría de Wittgenstein respecto a la naturaleza
de la práctica lingüística, John Gray lo cita aquí también para prevenirnos del
vicio de la metafísica. No deberíamos arrastrar con nosotros construcciones muertas,
mitos del lenguaje que damos por verdad en nuestras culturas. Así, es prudente
incluir narraciones cuando intentamos explicar algo que está fuera del
ejercicio argumentativo y retomar la experiencia para construir un conocimiento
más íntimo.
No me sorprendió
mucho que en esta obra Gray incluya, al igual que en "Misa negra", referencias a
los gulags como el acto más cruel, citas de autores ucranianos y sutiles
paralelos entre nazismo y bolchevismo. En general es un buen libro para
comprender a los amantes de los gatos y también para echarle una primera ojeada
al pensamiento oriental. El Taoismo se consolida cada vez más como la
alternativa intelectual atea para una filosofía de vida, aunque en realidad
tengo mis dudas sobre si las implicaciones profundas de esa tradición son
compatibles con el realismo. En todo caso ¿cuál es ese realismo que pregona Gray?
Habría que tomarle bien el pulso y comprobar si "su construcción lingüistica no
está ya muerta". A manera de nota final solo diré que si la
distracción/diversión está en el corazón del significado de la vida, este libro
cumplió su cometido por unas cuantas horas.
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